Análisis de Matthew Chance, CNN

Desde hace tiempo existe una tensión incómoda en el corazón de la compleja relación del Kremlin con Medio Oriente.

Por un lado, las alianzas y la influencia económica rusas allí han sido tradicionalmente sólidas.

Por otro lado, como uno de los mayores productores de petróleo y gas del mundo, Rusia tiende a beneficiarse cuando la situación en la región, rica en recursos energéticos, se torna inestable y los mercados se ven afectados.

Eso es exactamente lo que está sucediendo ahora mismo: el Kremlin observa cómo su aliado iraní se ve drásticamente debilitado por los ataques aéreos israelíes, mientras cosecha los beneficios.

A primera vista, Rusia tiene mucho que perder.

Irán ha sido un “socio estratégico” particularmente útil para el Kremlin, no solo compartiendo su desprecio por los valores y la influencia occidentales, sino también suministrando al ejército ruso vastos escuadrones de drones aéreos Shahed, lo que permite el bombardeo incesante de Ucrania.

Es cierto que gran parte de esa producción de drones se trasladó hace tiempo a Rusia.
Pero ahora que los drones ucranianos atacan instalaciones de producción rusas en las últimas líneas del frente, ese suministro iraní, antes fiable, podría acabar perdiéndose.

También existe una leve pero dolorosa sensación de humillación para el Kremlin al tener que cruzarse de brazos y observar cómo otro aliado clave de Medio Oriente sufre un feroz bombardeo, incapaz o reticente a intervenir.

Moscú ha emitido enérgicas declaraciones, por supuesto, condenando como “ilegales” los ataques de Israel contra las instalaciones nucleares de Irán, añadiendo que estos ataques estaban creando “amenazas inaceptables para la seguridad internacional”.

También acusó a los países occidentales de manipular la situación para “ajustar cuentas políticas”.

Pero la supuesta alianza de Rusia con Irán nunca se extendió a la defensa de la República Islámica y el Kremlin no ha ofrecido ningún tipo de apoyo militar.

Es cierto que un colapso del régimen iraní, que ahora es un objetivo israelí evidente, añadiría a Irán a la creciente lista de alianzas perdidas y estados clientes del Kremlin en Medio Oriente, incluyendo Iraq, Libia y, más recientemente, Siria.

Pero aquí surge de nuevo esa tensión incómoda: la situación no es tan mala para Moscú como parece. De hecho, este último conflicto en Medio Oriente le está jugando muy bien al Kremlin.

Además de la bienvenida ganancia financiera inesperada, cortesía del alza del precio del crudo, el conflicto entre Irán e Israel también está abriendo, por así decirlo, oportunidades diplomáticas para un Kremlin que ha enfrentado años de aislamiento internacional por su guerra en Ucrania.

Rusia nunca ha dejado de considerarse un actor importante en la diplomacia internacional, con un merecido lugar en la mesa principal junto a Estados Unidos y China.

Ahora, el Kremlin tiene un asunto en el que puede cooperar conjunta y productivamente con Estados Unidos, y posiblemente emerger como un socio indispensable de EE.UU.
para la recomposición de la región.

Como único líder político importante con línea directa con los iraníes, los israelíes y Estados Unidos, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ya está aprovechando cuidadosamente su posición clave, mostrando su disposición a actuar como mediador y presentando a Rusia como un importante agente de poder en Medio Oriente.

En una reciente llamada a la Casa Blanca, Putin recordó al presidente Donald Trump que Rusia ha sido un aliado de Estados Unidos durante mucho tiempo en lo que respecta a la cuestión nuclear iraní, una clara señal de que está dispuesto a volver a serlo.

Al parecer, la Casa Blanca podría estar abierta a la idea: tras la llamada, el presidente Trump expresó su disposición a considerar al líder ruso como un posible mediador en el conflicto.

Desde el inicio del segundo mandato del presidente Trump, Washington y Moscú han buscado desesperadamente maneras de ampliar su relación más allá del estrecho enfoque en la guerra de Ucrania. El destino de Irán y sus ambiciones nucleares han resurgido inesperadamente, junto con el Ártico, la cooperación económica y la exploración espacial, como otra área de posible interés común.

Para el Kremlin, y quizás también para el presidente Trump, esto representa una gran ventaja.

No tanto para la asediada Ucrania.

Con la escalada de la crisis en Medio Oriente y con Estados Unidos aparentemente al borde de aumentar su participación directa, la atención mundial se ha desviado repentinamente de la guerra en curso en Ucrania, donde la intensificación de los ataques con drones y misiles rusos está teniendo consecuencias devastadoras, hacia la devastación que se está produciendo en Israel e Irán.

Y, al menos por un tiempo, la atención parece haberse enfocado firmemente en el papel del Kremlin como posible pacificador en Medio Oriente, y no en su participación en la guerra que sigue librando más cerca de casa.

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