Análisis de Kyle Feldscher, CNN

Las escenas en Filadelfia este viernes fueron exactamente lo que la FIFA buscaba cuando ideó esta versión ampliada de la Copa Mundial de Clubes.

Un choque de culturas futbolísticas estuvo plenamente a la vista cuando el club brasileño CR Flamengo se enfrentó al gigante inglés Chelsea en el Lincoln Financial Field. Bajo un hermoso sol de principios de verano, el Lincoln —un estadio acostumbrado al ruido por ser el hogar de los Eagles de Filadelfia— rebosaba de alegría mientras 54.000 aficionados gritaban a todo pulmón.

Los aficionados de Flamengo, tras una de las mejores temporadas recientes de su club, habiendo conquistado la Supercopa de Brasil y el Campeonato Carioca, hicieron un ruido increíble desde el momento en que llenaron el extremo norte del estadio. Los pocos aficionados vestidos de azul del Chelsea que compraron entradas debieron darse cuenta rápidamente de que les esperaba un día largo.

La extraña mezcla de fútbol mundial y fútbol americano volvió a chocar al inicio del partido. El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, ha comparado este torneo y el Mundial del próximo año con el equivalente a tres o cuatro Super Bowls cada día durante un mes, y su organización sin duda ha intentado aportar un poco de ese estilo estadounidense al fútbol mundial.

Las alineaciones titulares de cada equipo fueron presentadas individualmente con música a todo volumen, muy diferente a las discretas salidas de los equipos que suelen marcar el inicio de los partidos de fútbol en el mundo. Cuando la música hacía vibrar el concreto de las gradas, parecía que la mayoría de los aficionados —tanto los de negro y rojo como los de azul y blanco— solo esperaban a que todo se calmara para volver a cantar.

Y vaya que cantaron, especialmente los hinchas de Flamengo, que parecían no tomar ni un respiro. Cada ataque al frente era recibido con gritos que animaban a sus jugadores. Silbidos y abucheos acompañaban las posesiones del Chelsea y, cuando Pedro Neto marcó el primer gol para los “Blues” en el minuto 13, los aplausos del sector azul del estadio fueron superados por los gritos de respuesta de los aficionados de Flamengo repartidos por todo el enorme recinto.

El gol de Neto también fue seguido por una estruendosa reproducción de “Song 2” de Blur. Los puristas del fútbol en la zona del club londinense seguramente se horrorizaron al escuchar música para celebrar un gol, otra tendencia muy estadounidense que cada vez más clubes en el mundo han adoptado, para disgusto de los aficionados más tradicionales.

El entrenador del Chelsea, Enzo Maresca, dijo que la atmósfera en el primer partido del equipo en Atlanta el lunes fue “un poco extraña”, ya que jugaron ante un Mercedes-Benz Stadium casi vacío. Aunque este torneo, como lo hizo la Copa Confederaciones en otra época, sirve para que el país anfitrión del Mundial ajuste detalles antes de recibir al mundo en el torneo cuatrienal, el partido fue visto como una posible señal de que la nueva competencia de la FIFA no estaba despegando en EE.UU.

La multitud en Filadelfia disipó esos temores. A pesar de que el partido comenzó a las 3 p.m., hora local, en un día laboral, gran parte del estadio estaba lleno —aunque amplias zonas de las gradas orientales, completamente al sol en este cálido día de junio, estaban vacías— y el ambiente era impresionante.

Para un torneo que los críticos dicen que no significa nada, los aficionados de Flamengo por momentos sonaban como un secador de pelo directo al oído. Sus jugadores mostraron el mismo esfuerzo y pasión que sus seguidores en las gradas.

Y para un equipo que acaba de soportar una larga temporada de Premier League luchando por la clasificación a la UEFA Champions League, el Chelsea no parecía estar tomando esto como unas vacaciones veraniegas en EE.UU. Neto celebró su gol señalando el nombre en la espalda de su camiseta frente a los hinchas de Flamengo y la negativa del árbitro a marcar penal tras la caída de Enzo Fernández en el área provocó vehementes quejas.

Cualquier duda sobre si esta competencia importaba a los jugadores en el campo desapareció en el minuto 54, cuando Gerson, de Flamengo, disparó desde el lado izquierdo del área. El tiro fue desviado y rodó lentamente hacia la portería. El arquero del Chelsea, Robert Sánchez, se lanzó sobre el balón, chocando con el poste mientras Gonzalo Plata intentaba empujar el primer gol de Flamengo. El disparo se fue desviado y tanto Sánchez como Plata terminaron tendidos en el césped, adoloridos.

Fue entrega total, el tipo de jugadas que se espera ver el próximo año cuando este estadio albergue cinco partidos de la fase de grupos del Mundial y un duelo de octavos de final.

Una atajada monumental de Sánchez en el minuto 61 hizo que los aficionados de ambos equipos se levantaran de sus asientos, mientras los hinchas de Flamengo sentían que el gol estaba cerca. Y fue Bruno Henrique, quien había ingresado solo minutos antes como suplente en el segundo tiempo, quien mostró el verdadero instinto de un cazador de goles al empujar de primera el cabezazo de Plata y desatar la locura de los aficionados rojinegros en el minuto 62.

El estadio tembló con sus saltos y pronto el humo negro y rojo llenó el aire sobre el extremo norte del Lincoln Financial Field mientras el ruido alcanzaba su punto máximo. Un segundo gol apenas minutos después —otro tanto de corta distancia de Danilo tras un cabezazo de Henrique— provocó que las camisetas volaran y fueran agitadas en el aire, mientras los aficionados de Flamengo ascendían a algo parecido al paraíso futbolero.

El ambiente parecía meterse en la mente de los jugadores del Chelsea. Una dura entrada de Nicholas Jackson en el minuto 68, quien acababa de entrar al partido cuatro minutos antes, sobre Ayrton Lucas, resultó en tarjeta roja directa. Chelsea tuvo que jugar los últimos 22 minutos con 10 hombres, para deleite de los saltarines hinchas de Flamengo.

Un tercer gol en el minuto 83 sentenció el partido para Flamengo y convirtió el Lincoln Financial Field en un verdadero carnaval. El tanto, rematado con potencia por Wallace Yan ante Sánchez, fue producto de la defensa caótica que ha afectado al Chelsea desde que su generación dorada dejó el equipo. El delantero aprovechó un despeje fallido de los “Blues” para clavar su disparo y desatar una fiesta de victoria 3-1 bajo el sol, a la que cualquier brasileño estaría orgulloso de asistir.

Fue un adelanto espectacular de cómo se verá —y sentirá— este estadio el próximo año, cuando 48 países envíen a sus selecciones nacionales a Estados Unidos, México y Canadá para el Mundial. EE.UU. no es una nación tan futbolera como Brasil o Inglaterra, pero las escenas del viernes en Filadelfia mostraron el tipo de festival futbolístico que llegará a Norteamérica en un año.

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