Análisis de Nick Paton Walsh, CNN

Las declaraciones de Donald Trump sobre Ucrania el lunes distaron mucho de ser el anuncio más importante que el presidente estadounidense podría haber hecho.

La buena noticia para Kyiv es conocida. Trump ha permitido a los demás miembros de la OTAN comprar armas estadounidenses, una amplia gama, al parecer. Entre ellas se incluyen los misiles interceptores Patriot, que se necesitan con urgencia, y las baterías que los disparan. Trump incluso sugirió que había 17 disponibles de “sobra” en un país de la OTAN.

Sea cual sea la realidad exacta del paquete de armas que la OTAN finalmente proporcione, es exactamente lo que Trump sugirió el fin de semana y exactamente lo que Ucrania necesita. El bombardeo nocturno de misiles balísticos rusos solo puede ser detenido por misiles Patriot estadounidenses, y solo la Casa Blanca puede autorizar su suministro. Ucrania carecía de estas y otras armas estadounidenses sofisticadas que podrían no haber sido mencionadas por su nombre y que podrían estar incluidas en el acuerdo. Este es un alivio vital a corto plazo.

Pero el golpe para Ucrania viene de lo no anunciado: sanciones secundarias inmediatas contra los clientes de energía rusa, que podrían vaciar significativamente las arcas de Moscú. El alcance de las sanciones propuestas por un proyecto de ley en el Senado estadounidense —potencialmente del 500 % sobre todo el comercio con quienes compran hidrocarburos rusos— habría sido devastador.

Y esas sanciones afectarían a China e India —el principal rival y aliado clave de Estados Unidos, respectivamente— en un momento en que los precios del petróleo son bajos, pero la agitación comercial es alta. El daño a los mercados energéticos habría sido palpable, y Estados Unidos también se habría visto afectado por el probable aumento de los precios del petróleo. Pero esto conlleva un retraso significativo, junto con la amenaza, algo ineficaz, de sanciones contra la propia Rusia (si se tiene en cuenta que casi no hay comercio que penalizar).

Cincuenta días le dan a Vladimir Putin hasta septiembre para que Trump cambie de opinión, o para que la rumoreada ofensiva de verano del presidente ruso altere la realidad del campo de batalla hasta el punto de que Putin esté dispuesto a buscar una congelación del conflicto.

Esto crea una ventana de oportunidad para que Nueva Delhi y Beijing intenten desvincularse de la energía rusa —algo improbable dada su dependencia y lo complejo que sería— o quizás presionar a Moscú para que ponga fin a la guerra.
Esto también es una tarea difícil para Beijing, cuyos funcionarios han indicado recientemente que no ven a Moscú perder el conflicto sin arriesgarse a que Estados Unidos centre toda su atención en su rivalidad con China.

La fecha límite también demuestra que Trump aún no ha renunciado a la quimera más elusiva de su política hacia Ucrania: que el Kremlin realmente desea la paz y aún no ha sido persuadido adecuadamente. Trump volvió a proponer una fecha límite para presionar a Rusia a un acuerdo. Ya hemos pasado por esto antes, y Putin ha dejado que el reloj siga su curso.

Sin embargo, es importante aprovechar el cambio de tono de Trump; la música ambiental es quizás el indicio más perdurable de la política de la Casa Blanca que los detalles proporcionados. Hubo un momento revelador en el que Trump evitó llamar asesino a Putin y pintó una imagen de una Casa Blanca donde la primera dama a menudo le recuerda la violencia con la que Kyiv es atacada por drones y misiles rusos.

El presidente estadounidense ha oscilado drásticamente a lo largo de todas las etapas de Putin: su primavera de esperanza en la posibilidad de la paz, un breve verano de diplomacia en el golfo y Estambul, un otoño de relaciones deterioradas y ahora, finalmente, el mismo invierno de descontento que fue la postura habitual del presidente Joe Biden.

Sin embargo, después de seis meses en los que la diplomacia rusa —su naturaleza sintética y performativa, combinada con exigencias cínicas y maximalistas— ha demostrado su poder, Trump aún no ha renunciado a convencer al Kremlin para que detenga voluntariamente su guerra existencial preferida.

Trump también ha eludido algunas de las opciones más duras a su disposición. No se destinará ningún nuevo dinero estadounidense a Ucrania, y tampoco hemos oído hablar públicamente de la entrega de nuevas capacidades.

La política de Trump hacia Ucrania quizá haya cambiado de tono, pero conserva elementos clave de su pasado. El deseo de que cualquiera, excepto Estados Unidos, pague la factura; plazos para actuar, en lugar de consecuencias inmediatas por la inacción; y la desconcertante creencia de que el Kremlin desea la paz.

Kyiv se sentirá aliviada de inmediato, pero pronto también podría sentir una conocida sensación de decepción.

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