Análisis Aaron Blake, CNN

Queda por ver cuán duradero y severo será el giro del presidente Donald Trump contra Vladímir Putin.

Trump ha criticado al mandatario ruso en términos sin precedentes en los últimos días y ha dado señales de que enviará armas clave a Ucrania. Pero, también le ha dado a Putin bastante más tiempo —50 días— antes de imponer sanciones económicas realmente duras.

En la medida en que este cambio sea genuino, viene acompañado de una buena dosis de reescritura de la historia.

Durante esta semana, Trump ha sugerido en varias ocasiones que en realidad nunca confió en Putin.

“Ha engañado a mucha gente”, dijo Trump el lunes en la Casa Blanca, y agregó: “Engañó a Clinton, a Bush, a Obama, a Biden. A mí no me engañó”.

El presidente repitió esa idea en una nueva entrevista con la BBC. Cuando le preguntaron si confiaba en Putin, se tomó una pausa.

“En realidad, no confío en casi nadie”, respondió finalmente.

Esa pausa resulta reveladora. Lo cierto es que Trump ha respaldado públicamente a Putin en numerosas ocasiones a lo largo de los años, incluso en los últimos meses, a pesar de las pruebas que cuestionan su credibilidad.

Hace apenas cinco meses, Trump dijo que sí confiaba en Putin en un tema fundamental: si realmente quería la paz en Ucrania. Ahora sugiere que el mandatario ruso no se toma en serio esa posibilidad.

“Creo que quiere la paz”, dijo Trump el 14 de febrero. “Lo conozco muy bien. Sí, creo que quiere la paz. Creo que me lo diría si no la quisiera. (…) Confío en él en este tema”.

Fue un respaldo contundente al exagente de la KGB.

Dos semanas después, le preguntaron a Trump si creía que Putin violaría los términos de cualquier acuerdo que pudiera alcanzarse —algo que Putin ha hecho en múltiples ocasiones—. Trump desestimó esa idea.

“Creo que cumplirá su palabra”, dijo, y luego sugirió que sentía cierta afinidad con Putin porque ambos enfrentaron investigaciones relacionadas con Rusia durante su primer mandato.

En abril, en una entrevista con la revista Time, le preguntaron si Putin podría alcanzar la paz, y Trump respondió que era probable.

Creo que Putin sí” lo hará, dijo.

Hoy, el presidente de EE.UU. tiene un tono muy distinto. De hecho, afirmó el lunes que en tres o cuatro ocasiones sintió que había un acuerdo sobre la mesa, solo para que Putin diera marcha atrás y continuara atacando con fuerza a Ucrania.

(A pesar de esos comentarios, Trump ha optado por darle más tiempo a Putin antes de aplicar sanciones secundarias a países que compran petróleo ruso).

La confianza del Gobierno en sus negociaciones con Putin también fue lo que provocó la tensa reunión de febrero en la Oficina Oval con el presidente de Ucrania Volodymyr Zelensky.

Después de que el vicepresidente J. D. Vance dijera que la administración prefería la “diplomacia” en lugar de una postura agresiva, Zelensky lo interrumpió para preguntarle si creía que Putin realmente se comprometería de buena fe a unas conversaciones.

“Firmamos un alto el fuego en 2019”, dijo Zelensky. “Alto el fuego. Todos me dijeron que él nunca entraría [en Ucrania]. Firmamos con él un contrato de gas —sí, un contrato de gas—, pero después de eso rompió el alto el fuego, mató a nuestra gente y no hizo el intercambio de prisioneros. Firmamos un acuerdo de intercambio de prisioneros, pero no lo cumplió”.

Zelensky continuó: “¿De qué clase de diplomacia hablas, JD?”.

Vance calificó como “una falta de respeto” que el líder ucraniano abordara el tema frente a la prensa, y la conversación se descontroló.

Finalmente, Trump fue quien respondió en esa reunión cuando le preguntaron qué pasaría si Putin violaba los términos de un alto el fuego, y nuevamente evitó responder con claridad.

“¿‘Qué pasaría si’ cualquier cosa?”, dijo Trump. “¿Qué pasaría si te cae una bomba en la cabeza ahora mismo, OK? ¿Qué pasa si rompen el acuerdo? No lo sé. Lo rompieron con Biden porque no lo respetaban. No respetaban a Obama. A mí sí me respetan”.

Cuatro meses y medio después, Trump dice que Putin le dice cosas muy agradables durante sus llamadas telefónicas, pero no respalda esas palabras con hechos.

“Llego a casa y le digo a la primera dama: ‘Sabes, hoy hablé con Vladímir y tuvimos una conversación maravillosa’”, contó Trump el lunes. “Y ella dice: ‘¿Ah, sí? acaban de atacar otra ciudad’”.

Y esta es una historia conocida. Trump ha defendido a menudo a líderes extranjeros con agendas claramente opuestas, y en ocasiones eso le ha salido caro.

A principios de 2020, Trump respaldó públicamente a China y al presidente Xi Jinping en su manejo del brote de covid-19. Descartó que China estuviera encubriendo la propagación del virus y elogió su transparencia, rechazando presiones internas para adoptar una postura más firme.

Todo esto a pesar del historial de encubrimientos por parte de China y de que dentro de su propia administración ya había preocupaciones sobre lo que estaba ocurriendo.

Poco después, cuando el brote se propagó en Estados Unidos, Trump cambió de postura y culpó a China por la pandemia. La Casa Blanca acusó a China del mismo encubrimiento que Trump había minimizado.

Trump también ha defendido en varias ocasiones a Putin, especialmente cuando negó la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016. Incluso llegó a respaldar a Putin por encima de su propia comunidad de inteligencia.

Durante una conferencia de prensa junto a Putin en Helsinki, Finlandia, en 2018, Trump dijo que no veía “ninguna razón por la que” Rusia hubiera interferido.

“Tengo gran confianza en mi gente de inteligencia, pero debo decir que el presidente Putin fue muy firme y contundente en su negación hoy”, afirmó.

Más tarde dijo que se había expresado mal y que quería decir que no veía ninguna razón por la cual Rusia no lo hubiera hecho. Aun así, siguió poniendo en duda que Rusia interfiriera, incluso después de que una investigación bipartidista del Senado respaldara los hallazgos de la comunidad de inteligencia.

Otro político podría mirar todo esto y preguntarse si depositó demasiada confianza en Xi y en Putin. Pero Trump, en cambio, sugiere que han sido otros presidentes estadounidenses quienes fueron engañados.

Aunque si se observa con atención, se puede ver que Trump reconoce de forma implícita su propio error de cálculo. Ha señalado repetidamente que Putin le dice cosas agradables, pero luego no las respalda con acciones. Incluso en su anécdota con la primera dama, Trump se presenta a sí mismo como alguien más enfocado en las palabras de Putin que en lo que realmente ocurre sobre el terreno.

En la diplomacia es habitual intercambiar cortesías con los interlocutores, incluso si no se les cree del todo. Pero eso suele hacerse mucho más con aliados que con adversarios.

En cierto modo, uno le presta su credibilidad y legitimidad a alguien que puede no corresponder. En el caso de Putin, había muchas razones para creer que ese sería el resultado.

Y aquí estamos.

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