Inmigrantes en Virginia, ante el dilema de superar el pánico por redadas de ICE o quedarse sin recibir alimentos
Por Ione Molinares, CNN en Español
Decenas de familias se agolpan dos veces al mes frente a un camión que distribuye bolsas con alimentos en un vecindario con alta población inmigrante de un área de Virginia, muy cerca de Washington. “Nos ayuda mucho porque la comida hoy está carísima”, dice Alicia Vásquez mientras espera su turno. La mujer cuenta que al comprar en la tienda “en una bolsita se van hasta doscientos dólares y con esto nos ayudamos bastante”. Son jornadas de distribución organizadas por activistas y organizaciones no gubernamentales desde hace años.
El condado participa ofreciendo información legal y con una especie de clínica móvil con servicios básicos de salud. Las filas normalmente se extienden por cuadras. Es una comunidad que siempre ha recibido asistencia. Y desde la pandemia por el covid-19, la inflación ha complicado la economía de estas familias.
Pero las cosas han empeorado este año. Por las redadas de ICE, en el marco de la agresiva campaña de deportaciones y detenciones de inmigrantes del presidente Donald Trump, las familias del vecindario se escondieron por semanas, designando a una persona a recoger los alimentos cuando llegaba el camión e inmediatamente regresando a sus casas.
“Incluso hubo un tiempo que la gente ya no vino a traer comida acá porque decían que iban a haber redadas”, cuenta Brenda, una guatemalteca que cruzó con su familia a Estados Unidos hace 2 años. Ella misma dejó de ir a buscar comida durante un tiempo, por temor a las redadas.
Pocos se animaban a acercarse a recibir asesoría legal o lo otros beneficios que ofrecía el Condado de Fairfax. John Cano, del Centro de Ayuda y Asistencia Legal que coordina la distribución, cuenta que hasta se empezó a echar a perder la comida, que en parte donan iglesias y supermercados.
Ahora, en medio del calor del verano la fila va creciendo. Pero por larga que parezca, los vecinos dicen que aún es mucho más corta de lo que era antes, porque la comunidad sigue con miedo por las recientes redadas de inmigración en el área.
Unas 40 personas han sido detenidas por ICE, según Cano quien, junto con varias organizaciones, logró que algunos residentes volvieran a acercarse a recibir la ayuda. “La policía en este condado ha trabajado arduamente al explicar las diferencias [con los agentes de ICE], cuáles son sus roles, y tener campañas de educación, cómo son sus uniformes. Y eso ha ayudado mucho a explicar que ellos no son agentes federales”, cuenta. De hecho, la policía ayuda a organizar y distribuir la comida en esta área declarada santuario por el condado.
Un hondureño en la fila, que pidió no dar su identidad por temor, cuenta a CNN que cruzó la frontera hace 5 años. Ha trabajado en jardinería y en restaurantes. Se quedó sin empleo por 4 meses, pero hace poco consiguió unas horas en otro restaurante cortando vegetales. “Yo me rebusqué por todos lados y no podía encontrar entonces. Deudas por todos lados”, dice, preocupado. En esto años, sin embargo, pudo ayudar a sus padres a construir una casa en Honduras. “Por ahorita no tengo idea de irme. Si Dios permite vamos a estar un par de días aquí. Y si no nos va bien entonces va a tocar buscar la salida voluntariamente”, añade.
Cano dice que los métodos de redadas también están cambiando. “Ahora lo que estamos viendo es que no están tocando las puertas. Están esperando a que salgan de sus casas, camino al bus stop o a su carro”. Cano lamenta que mucha gente está siendo detenida solo por ser indocumentada. Permanecer de forma indocumentada es un delito de tipo civil, como provocar un accidente que resulte en heridas, o incumplir un contrato. Aunque ciertas acciones relacionadas con la entrada o reingreso no autorizado sí pueden considerarse delitos penales.
Una reciente encuesta de CNN muestra que 59 por ciento de los encuestados no está de acuerdo con la detención de inmigrantes indocumentados sin antecedentes penales. Pero, más allá de la controversia política, a esta comunidad le duele el trato a las personas que, dicen, vienen a trabajar con poca paga, en industrias que a pocos les interesa.
“El trabajo ha bajado bastante”, dice Brenda. “Nuestros esposos también van con miedo al trabajo porque no se saben si pueden regresar. Ellos se van, pero uno no sabe si van a volver”. Brenda, ahora con un hijo ciudadano de solo meses, dice que también ha pensado en regresar a Guatemala. “Igual uno viene a este país para un futuro mejor, más por nuestros hijos, que tenga un estudio más avanzado. Es lo que uno ha pensado para un futuro mejor”.
Las cosas han llegado al punto en que el miedo está afectando a esos niños. “Lo he vivido yo en carne propia tener el temor de mandar a mis hijos a la escuela”, dice Damaris, una ciudadana hondureña. “Por un momento me cruzó por la cabeza decir ‘No los mando mejor, están seguros conmigo’, pero vienen las cuentas, la renta y muchos gastos que hay que cubrir. Entonces eso nos hace con miedo salir a trabajar realmente encomendándonos a las manos de Dios”.
A punto de comenzar la distribución de alimentos, con la bolsa en la mano, Alicia Vásquez no ahorra palabras: “Todo el mundo, con papeles, sin papeles, estamos preocupados. Yo he visto varios que con residencia y se los han llevado”. Las vecinas a su alrededor hacen gesto avalando los dichos de Alicia, quien recalca: “Yo lo que digo es que este presidente no tiene corazón”.
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